Sufrió un ACV con graves secuelas y pudo volver a la facultad

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Está sentada en una silla de ruedas que fue especialmente adaptada para su confort y para que pueda acceder con mayor facilidad a la computadora que le permite comunicarse. María Soledad Ferreyra de 36 años, vive con su madre en una casa del macrocentro de la ciudad de Rosario.

Desde que tuvo un accidente cerebrovascular (ACV) hace 6 años empezó «una forma de vida distinta», según ella misma describe a través del teclado, porque Soledad no puede hablar. Se expresa a través de la mirada, de algunos movimientos de los dedos y de una gran aliada: una notebook que cuenta con un programa adaptado a sus necesidades.

Aunque su cuerpo recibió los embates del derrame cerebral, su memoria, sus pensamientos y su capacidad intelectual están intactos. Lo mismo que sus emociones. El año pasado, gracias a la mirada atenta y la participación activa de una investigadora de Conicet, la doctora María Andrea Guisen (y otras profesionales), la estudiante, que vio interrumpida su carrera de manera abrupta, regresó a las aulas de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario para volver a rendir los exámenes que le faltan y cumplir con uno de los grandes sueños de su vida: ser psicóloga.

En este camino de regreso, la tarea conjunta de profesionales vinculados a la discapacidad, y el aporte de la UNR, pusieron lo que era necesario para que el deseo y los derechos de Soledad se cumplan. Un enorme trabajo de equipo en el que resultan también imprescindibles la voluntad, el amor y el esfuerzo de Mirta, su mamá.

Cuando todo cambia

Soledad es la menor de tres hermanas. Tiene 36 años. Hasta que tuvo el ACV trabajaba, estudiaba, convivía con su novio, adoraba juntarse con sus amigos. De un momento a otro, como suceden estas cosas, su mundo se transformó en otro. Difícil, extraño, un mundo que le costaba descifrar.

Para responder a las preguntas de diario La Capital, Soledad necesitó mucho tiempo, pero mostró toda su predisposición para hacerlo y para contar con su propia voz, esa que ahora se lee en las pantallas de la computadora, cómo vivió aquellos momentos. «Recuerdo que tenía una vida común. Previamente no tuve síntomas… del accidente cerebrovascular me acuerdo que sentí un mareo y me acosté. Todavía no se por qué llevé el celular. Empecé a vomitar mucho. Yo vivía cerca del shopping Alto Rosario y pasó un tren. Escuché el silbido a lo lejos y pensé que algo andaba mal, que no se me iba a pasar, y alcancé a llamar».

Cuando se despertó en terapia intensiva, no sabía dónde estaba. «Me quise poner de costado porque estaba incómoda; sentí que no tenía fuerza, entonces con una mano me agarraba de la baranda de la cama. Miré mi cuerpo: estaba igual, y me volví a dormir. Cuando me pasaron a una habitación escuché a mi mamá contar qué había pasado ese día, y no entendía, cuando fui recuperando la conciencia, sí».

Dice que no imaginó que su vida cambiaría tanto. Soledad empezó a comprender que no podía moverse, ni hablar. Que debía alimentarse por una sonda. Pero aún en ese abismo, con el paso del tiempo fue recuperando ciertas ganas de hacer cosas y así llegó al Cedite, el Centro de Investigación y Desarrollo en Tecnologías Especiales de la Universidad Tecnológica de Rosario (UTN) donde comenzó a relacionarse con las computadoras que le permitieron vincularse con el exterior.

La doctora María Andrea Guisen, experta en tecnologías para la inclusión social de la discapacidad (miembro del Instituto de Estudios Sociales, Conicet-Uner), estaba colaborando en ese mismo lugar. Es una investigadora que dedica todos sus esfuerzos a acompañar a quienes por diversos motivos encuentran limitaciones que les impiden desarrollar su potencial en la vida. Guisen construye junto a ellos nuevas posibilidades. «Observaba lo que Soledad hacía en el Cedite, y me daba cuenta, por lo que ella transmitía, de que podía más, mucho más. Por eso me interesé especialmente y de a poco me fui acercando para intentar desarrollar, juntas, un plan, un proyecto con herramientas específicas que contemplara todas sus posibilidades y que fuera más allá de la contención y lo recreativo», relata la especialista.

Soledad admite que «cuando conocí a Andrea me hizo sentir que era posible algo en lo que yo no creía».

«Intentar volver a la facultad fue difícil porque nada era como yo estaba acostumbrada. Estudiar, cursar, rendir fue distinto y con complicaciones en lo institucional también. Me encontré con personas amables y otras no tanto. Hay diferentes tipos de discapacidad, en mí significa que no puedo hacer muchas cosas y dependo de los demás para todo. Es quedar excluida de muchas situaciones. Una forma de vida distinta. No me siento en condiciones de dar consejos, pero diría que cada uno haga lo que lo hace feliz, a pesar de todo».

A Soledad se le ilumina la mirada cuando habla de la posibilidad, no tan lejana, de tener el título de psicóloga en la UNR. «Elegí esta carrera porque siempre me gustó la parte de humanidades. Quería entender lo que pasa por la cabeza de las personas, por qué hacemos las cosas. El porqué de las cosas», escribe en su computadora.

Equipo

Cecilia Barraqué es una licenciada en psicopedagogía que forma parte del equipo terapéutico de Soledad Ferreyra. Fue convocada por Guisen para actuar como nexo entre la estudiante y la Facultad de Psicología. Entre otras tareas se hicieron las adaptaciones curriculares pertinentes para los exámenes finales. La profesional conversa con los profesores y directivos a menudo, para que el tránsito de Soledad por los pasillos de la facultad sea cada día «más gratificante y más accesible».

Con creatividad, búsqueda de recursos económicos y mucho amor por lo que hace, además de audacia, Guisen logró que Soledad pudiera utilizar dos programas de comunicación alternativa como el comunicador 5 y click2speak donde con un joystick y un mouse ?que mueve Soledad con los dedos? es posible que ella escriba y el texto se pueda leer en la pantalla y escuchar. De esta manera puede estudiar y responder preguntas el día de la mesa de examen y así dar cuenta del bagaje conceptual.

El equipo de trabajo sabe adónde va: no ponen el acento en el déficit ni en la falta sino que plantean una tarea en la que Soledad está completamente incluida. Encaran el desafío en un encuentro permanente entre unos y otros y aspiran a que esta experiencia no sea una excepción sino que exista en la facultad, y por qué no en toda la UNR, un protocolo de accesibilidad para alumnos con discapacidad.

«Queremos abrir puertas a todas las singularidades», coinciden la investigadora y la psicopedagoga, quienes destacaron el apoyo fundamental e incondicional de Silvana Reta, miembro de Alumnado de la Facultad de Psicología.

Guisen refuerza la idea de la importancia de trabajar en discapacidad desde «la resolución de problemas complejos utilizando tecnologías de apoyo: a veces es software, a veces hardwarde y a veces es, simplemente, darse cuenta de que falta un almohadón en la silla o ayudar a cambiar la postura de la persona para que esté más cómoda y pueda desarrollar su tarea con mayor efectividad».

En estos pilares se sostiene su tarea para que, finalmente, quien encuentra limitaciones halle soluciones y pueda acceder a la educación, al trabajo, a distintos aspectos de la vida cotidiana y en diferentes ámbitos.

El 2020 espera a Soledad con un montón de objetivos por cumplir. Ella está entusiasmada con el estudio y las posibilidades de seguir dando sus exámenes.

Quizá, la frase que escribió en el teclado antes de que este diario dejara su casa es un buen resumen de lo logrado hasta ahora y de las ganas que tiene de vivir lo que viene: «Estoy contenta».