Tiene 16 años y su invento cambió para siempre la huerta familiar

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“No tengas miedo de fallar. Nunca vas a saber lo que vas a perder si no lo intentas”, decía William Kamkwamba, cuando presentaba su película autobiográfica “El niño que domó el viento”.

Dos mundos diferentes y a la vez dos realidades semejantes. En la aldea Wimbe, en Malaui, África, Kamkwamba con sus 13 años buscaba conseguir agua potable para su familia y sus cultivos. Del otro lado del Atlántico, en la aldea Farías, en la provincia de Entre Ríos, Rodrigo Farías con sus 16 años trataba también de encontrar agua dulce para su huerta familiar. Los dos sabían que solo con perseverancia e ingenio iban a lograr quebrar y superar sus carencias.

Rodrigo tiene 14 hermanos. En el paraje donde vive hay unas 30 familias. A diferencia del niño africano que tuvo que abandonar la escuela por no poder pagar su matrícula escolar, el joven entrerriano es estudiante de tercer año de la escuela rural secundaria N°14 “Palmas de Yatay” en Raíces Oeste, en el departamento Villaguay.

El establecimiento educativo se encuentra sobre la ruta nacional 18 en el kilometro 96,5, en medio de tres aldeas: Díaz, Pérez y Farías y cuyo director educativo es Diego Capurro.

La vida de Rodrigo era muy tranquila, por la mañana iba a la escuela que queda a unos cuatro kilómetros de su casa, a veces en combi y otras caminando, cortando trechos por entre los campos. Por la tarde volvía a ayudar a su madre a sacar yuyos, sembrar o regar, mientras su padre hacía trabajos en madera, como sillas, mesas y butacas, con trenzados con los juncos de las totoras.

Al ser una familia numerosa, desde siempre cada hijo tuvo una tarea asignada para colaborar con los quehaceres familiares. “Mi hermano más chiquito se encarga de dar de comer a las gallinas, Vilma, otra hermana, es la que cuida los animales y yo me encargo de la huerta, que aprendí de mi madre a quien siempre acompañaba”, cuenta.