El debate mostró el contraste entre la crisis y la intrascendencia del discurso político

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Las campañas electorales han venido siendo más bien anodinas. Mientras que la elección, en cambio, se ha ido volviendo más y más decisiva y dramática.

El precalentamiento que ofrece siempre el sistema de las PASO, en esta ocasión fue mucho más que eso. Funcionó como acelerador de una crisis en el oficialismo que venía de largo, y se profundizó exponencialmente, hasta poner en riesgo la gobernabilidad.

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Una elección que ya revestía una enorme importancia desde antes, por la gravedad de la crisis económica y social, por los cerca de 120.000 muertos acumulados en la pandemia, porque se cumplen 10 años sin crecer ni generar empleo, se volvió la ocasión para que el peronismo unido hiciera la peor elección de su historia. Y se resquebrajara su pacto de representación de siempre con los sectores más bajos de la sociedad, y el pacto más reciente pero hasta hace poco igual de firme, que unía a la juventud con el kirchnerismo.

Este desajuste entre la gravedad de la situación política y la intrascendencia o insignificancia de la mayor parte de lo que dicen los políticos en campaña se reflejó en buena parte del debate entre los candidatos bonaerenses. La mayor parte del tiempo se mantuvieron dentro de sus casilleros, y fueron a lo seguro: repitieron su guion, se autocelebraron y descargaron las responsabilidades por los problemas en los demás: Tolosa Paz en Santilli, Santilli en Tolosa Paz, los demás tanto en uno como en otra, o en los dos a la vez.

Tolosa Paz hizo en verdad hizo más que eso: mencionó, cada vez que pudo, al “gobierno de Macri” y al “gobierno de Vidal”, como si estuviéramos en 2019, y la elección fuera aún un plebiscito sobre la gestión de Cambiemos, y no sobre la del Frente de Todos.

Más en general, y por lejos, la candidata del Frente de Todos fue la más agresiva: interrumpió permanentemente a Santilli, buscando confrontar todo el tiempo con él. Por una razón bien sencilla: perdió sorpresivamente las PASO en su distrito el 12 de septiembre, le dio ese día la peor noticia que podía dar a su fuerza política, y eso la convirtió en una challenger desesperada, la contrincante que no tiene ya nada que perder, así que se lanza a tirar trompadas sin ton ni son, a ver si alguna la emboca.

Tal vez fue, de todos modos, en la intensidad de los cruces resultantes con Santilli en lo que el debate mejor reveló la verdadera sustancia de la hora política que vivimos, su dramatismo: porque los dos antagonistas se vieron obligados a hablar fuera de libreto, y aunque no dijeran tampoco nada demasiado sorprendente, en la intensidad de su enfrentamiento quedó a la vista que lo que está en juego no es menor, es un choque de planetas entre el intento desesperado de mantener en pie la fórmula de unidad del peronismo forjada en 2019 por Cristina Kirchner, y el esfuerzo por reabrir la esperanza en un cambio, tras la experiencia frustrada cerrada en 2019.

Por lo demás, el resto de los candidatos hizo lo que pudoEl que más destacó fue José Luis Espert que escenificó mejor que los demás la bronca que anima a buena parte del electorado. Tuvo también un buen momento cuando recordó a su padre, un productor agropecuario, y destacó que “no tenía nada de oligarca, los oligarcas son los que viven de la política”. Pero luego cometió el mismo error que Milei en el debate de candidatos porteños: se tiró contra la educación sexual y en vez de profundizar su perfil liberal terminó cultivando un discurso de derecha un poco rancia.

Pero lo fundamental fue que la intensa confrontación entre los candidatos de las dos principales fuerzas no dejó mucho espacio para instalar la idea de Espert de que “los dos son lo mismo: la casta partidista”. En mayor medida que en la ciudad de Buenos Aires, donde la competencia entre esas dos fuerzas no es pareja y por tanto pierde atractivo la polarización, en la provincia la batalla decisiva es sin duda la que por poco margen ganó en septiembre Juntos, y en noviembre tendrá que dirimirse definitivamente, por lo que seguirá convocando seguramente a la gran mayoría de los votantes. Contra eso es difícil remar.

También Florencio Randazzo logró en alguna medida su cometido: manteniéndose al margen de los choques y del griterío, se esmeró en desarrollar sus argumentos con tranquilidad, diferenciándose de sus pares. No fue una mala estrategia, pero difícilmente le alcance para crecer mucho: los votantes peronistas decepcionados con el oficialismo parecen más inclinados a votar algo completamente distinto, antes que volver a confiar en la Avenida del Medio, que después de la defección de Massa parece haber quedado asociada con la falta de confiabilidad. En ese sentido el problema de Randazzo ante los votantes peronistas tiene sus similitudes con el que enfrentó Cynthia Hotton frente a Espert: el rol que pretendieron cumplir, y el lugar que buscaron ocupar, aunque los trabajaron sin duda con esmero, no fueron muy fáciles de identificar para la audiencia.

En resumen, un debate con su dosis de griterío, y con su dosis también de sana discusión sobre políticas públicas. Pero sobre todo con una acotada capacidad de captar, expresar, y en al menos alguna medida explicar los gravísimos desafíos políticos, económicos y sociales que la elección del 14 de noviembre, esperemos, deberá decidir cómo vamos a encarar de aquí en más. Los votantes tienen, gracias al debate, un poco más claro el panorama, pero no mucho más.