La leña calienta dos veces

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Tras irse a vivir al bosque, David Thoreau escribió en su ensayo Walden que la leña calienta dos veces: cuando se corta y cuando se quema. 161 años después, el periodista Lars Mytting detalló en “El libro de la madera” (Alfaguara) –traducido en 2016 por Kristina Solum y Antón Lado- porqué un método de calefacción prehistórico puede y debe convivir con la conexión a internet.
A pesar de que Noruega es un país petrolífero, el bosque ocupa un tercio de su extensión. En ese país y en Suecia, donde este singular ensayo ha vendido más de 200.000 ejemplares, un 25% de las viviendas se calientan con energía procedente de la combustión de la madera. La mitad de esa leña la cortan los usuarios.
Mytting cuenta que cuando hace mucho, muchísimo frío (30 grados bajo cero), la red eléctrica se colapsa. Y la electricidad se encarece. La gestión de la leña, en estufas y chimeneas, queda, en cambio, en manos del usuario final. Que puede comprar la leña verde y secarla para aprovisionar calor para el invierno. A diferencia del carbón, el fuel o el queroseno, la madera no sólo es renovable. Sobre todo debe renovarse. Mytting señala que los bosques tienen una capacidad de absorción formidable. Pero también que los árboles no viven para siempre. Por eso, un árbol absorbe CO2 mientras crece, “pero tarde o temprano ese gas tiene que volver a salir”. La emisión de CO2 que genera la quema en una estufa es exactamente la misma que si el árbol muere y se pudre. Mientras se descompone, un árbol emite los gases que atrapó a lo largo de toda su vida. Por eso rejuvenecer el bosque es aumentar la captura de CO2.
100 años de climatizadores y tanques de queroseno no han logrado establecer con el calor la relación atávica que nos vincula a la energía más antigua de la humanidad. Calentar con leña no es sólo una opción sostenible, lógica y económica, es también una experiencia que apela a los sentidos. Hoy en Noruega y en Dinamarca el consumo de leña multiplica por 10 el de 1976, la fecha en la que la modernidad llevó a cubrir los suelos de linóleo, emplear utensilios de plástico en la cocina y desechar la leña por sucia. Con todo, ese consumo todavía está lejos –es la mitad- de la cantidad de leña que los noruegos talaban a finales del siglo XIX con la única ayuda de hachas y serruchos.