Joaquín, un bebé que ayudó a su mellizo mientras los dos luchaban por vivir

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Era el 18 de julio de 2013 y Josefina Fernández viajó desde Chivilcoy, donde vive, a Palermo. Acababa de pasar los cinco meses de embarazo y le tocaba hacerse un scan fetal para ver cómo estaban Nacho y Joaquín, sus mellizos. Era primeriza y venía de vivir un embarazo agradable y sin síntomas, pero cuando la revisaron le dijeron que algo no andaba bien. Dos semanas después, sus hijos nacieron. Eran prematuros extremos y tenían exactamente el mismo tamaño: los dos pesaban 692 gramos y los dos medían 32 centímetros. Y a pesar de semejante fragilidad, se las arreglaron para funcionar como espejos: mientras uno luchaba por vivir, el otro, a su manera, lo ayudaba.
«Estaba en la semana 22 de embarazo cuando vine a Buenos Aires a hacerme la ecografía de rutina. Pero cuando me hicieron la medición del cuello del útero vieron que estaba desapareciendo, algo que pasa al final del embarazo, cuando se está por desencadenar el parto», cuenta Josefina, que tiene 34 años, a Infobae. Ahí mismo le dijeron: ‘Pedile a alguien que te traiga el bolso, vos te tenés que quedar acá’.
En el scan fetal descubrieron que Nacho tenía una hernia diafragmática, es decir, una abertura anormal en el músculo que está entre el pecho y el abdomen y que ayuda a respirar. Eso significaba que un nacimiento prematuro podía reducir mucho sus chances de recuperarse. Josefina dejó en pausa la empresa de transporte que dirige en Chivilcoy y su marido, que es ingeniero agrónomo, dejó en pausa el campo. Juntos se instalaron en la Ciudad.
«Me dieron reposo y yo me puse como meta llegar al final del embarazo. Pero el día en que entraba en el sexto mes rompí bolsa. Éramos primerizos, no entendíamos qué estaba pasando. Mi marido me decía ‘capaz te hiciste pis’, y yo me daba cuenta de que no, pero al mismo tiempo tenía tanto miedo que lo negaba. Pensaba ‘es otra cosa, me van a mandar de vuelta, no pasa nada».
Josefina aguantó 24 horas. «A las 2 de la madrugada del día siguiente, me hicieron un tacto y me dijeron ‘ya nace, ya nace’. No puedo explicar la dualidad que sentía: iban a nacer mis hijos, era el día más importante de mi vida, y a la vez los quería retener. Quería que se quedaran conmigo, era muy pronto para nacer. Pero mi cuerpo no resistía más», recuerda. Joaquín estaba abajo y nació por parto natural rápidamente. Nacho no estaba en el canal de parto.
«Mi marido vio al primer bebé y vino a decirme ‘está bien, está vivo’. Cuando lo vi pasar vi el tamaño de su cabeza: era como una pelotita de tennis. Pensé ‘Dios mío, que se quede conmigo, que se quede, que no se muera, aunque sea para conocerlo». A Josefina, que acababa de tener un parto vaginal, tuvieron que hacerle una cesárea. Nacho nació 55 minutos después que su hermano. Y a él (el bebé que tenía la hernia diafragmática) se lo llevaron tan rápido que Josefina no alcanzó a verlo.
«Recuerdo la desolación del después: quedé sola en la habitación, sin mis hijos y sin mi marido, que estaba con ellos. Recién a la noche, como pude, me levanté para ir a verlos». Estaban en incubadoras, uno al lado del otro. Me senté en una silla a mirarlos, porque estaban aislados y no me dejaban tocarlos. No me sentía culpable, lo que pensaba era ‘bueno, si no pude con ellos adentro, voy a poder con ellos afuera». Josefina tenía 30 años.