La chimpancé Cecilia mejora cada día más en un santuario de Brasil

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Es mediodía y Cecilia sube a su terraza. Hay barullo fuera y quiere saber qué pasa: es Marcelino, que trata de llamar su atención desde la parcela de al lado. Todavía no está preparada para una relación, pero tras cuatro meses luchando contra la depresión cada vez se siente más viva.

Como la mayoría de sus compañeros, esta chimpancé de 20 años tenía el alma rota cuando llegó en abril al Santuario de Grandes Primates de Sorocaba, 100 kilómetros al oeste de Sao Paulo.

Venía procedente de un zoológico de Mendoza donde había pasado toda su vida encerrada en una jaula, sin jamás sentir la hierba y consumida por la soledad tras la muerte de sus colegas Charly y Xuxa.

Sus «deplorables» condiciones fueron denunciadas por una ONG local, que consiguió que una jueza le concediera un habeas corpus para trasladarla al Santuario, considerándola un «sujeto de derecho no humano».

Cecilia había hecho historia, convirtiéndose en el primer chimpancé en el mundo en ser efectivamente transferido con una orden de este tipo, según especialistas, aunque la tristeza le paraba el pulso.

«Cuando llegó no tenía problemas físicos, pero estaba muy deprimida. Pasaba el tiempo acostada, no interactuaba con nadie», recuerda la veterinaria Camila Gentille, quien es capaz de reconocer a los 52 chimpancés que viven en el Santuario como si fueran familia.

Ninguno llegó por casualidad a este refugio de 50 hectáreas resguardado entre los árboles del interior paulista, donde 280 animales (entre los que hay pequeños primates, leones y osos) tratan de curarse las heridas de un pasado de abusos.

La mayoría vive formando pequeños grupos en extensos recintos donde pueden correr, jugar y, sobre todo, sentir que no están solos. Aunque las marcas de algunos son demasiado profundas y necesitan fármacos para salir adelante o dejar de automutilarse.

«Estos animales fueron abusados y maltratados en circos, zoológicos o confiscados por traficantes que los comercializaron. Precisan de un local donde ser tratados decentemente, sin visitas públicas. Y el único lugar así en América Latina es este», afirmó Pedro Ynterian, dueño del Santuario.