Axel: «De chico creía que era normal que mi padre me amordazara»

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«Te cuento algo, José -comienza Axel-. el año que viene, mi fundación Sur Solidario cumple diez años. Mi idea es armar una gran cena. La fundación arrancó con un grupo de amigos y lo que buscábamos era llevar comida y algún electrodoméstico a chicos carenciados. Vengo de una familia muy altruista: mi abuelo era del Rotary Club. El fue quien donó la sede en Calzada. Y después mi papá, mis tíos y mi mamá formaron parte del Club de Leones en el ’88. Los más chicos de ahí se llamaban Leos, y yo formé parte del Club Leo de Calzada. Llegué a ser presidente y tesorero.»

¿Sentís que absorbiste esas conductas solidarias de tu abuelo?
Sí, pero más que nada, de mi abuela materna, Memé. Vivió casi 97 años. Fue ?y sigue siendo? una referente para mi familia. Una mujer que daba todo por los demás. Me acuerdo de que escuchaba de la guerra en Medio Oriente y lloraba. Era muy católica. Sufría por los demás: tenía una capacidad de amar y de sentir muy fuerte. Era muy humilde, pero cuando venía gente a casa para pedir comida, ella les daba lo que iba a comer ese día. «¿Y qué vas a comer ahora vos, abuela?», le preguntaba yo. «No pasa nada», respondía. Así era. A partir de ahí, siempre tuve acciones muy altruistas. La fundación nace a partir de charlas con mi amigo Pasty, quien hoy es el presidente. Un día le dije: «Esto lo estamos haciendo de manera informal, pero lo mejor sería darle una personería jurídica para poder recibir donaciones y ayudar de manera más seria». Así empezamos. Recibimos 800 chicos todos los días para que los ayudemos con la comida, con la ropa. Tienen talleres de yoga, de computación, de música y más. El setenta por ciento de los voluntarios surgieron de mi público.

¿Qué edad tenés?
Cuarenta.

Entonces estamos con un muchacho de cuarenta años, conocido en el ámbito de la música y exitoso, con una importante pasión solidaria y con una historia en la cual reconoce en sus abuelos la inspiración para esto. ¿Tus padres qué hacían?
Mi papá era empresario metalúrgico. Mi mamá, docente de Primaria.

¿Y tenés hermanos?
Somos cuatro hermanos, tres varones y una mujer. Soy el segundo.

¿Todos tienen esta vocación por la generosidad?
Es difícil decir eso porque somos muy distintos los cuatro. Es curioso, porque fuimos criados con los mismos padres, bajo el mismo techo y con muchas carencias económicas. Siempre fuimos una familia de clase media humilde: mi viejo nunca tuvo un 0 km. El compró casa recién hace diez años: imaginate que tiene 65 y mi mamá falleció hace dos. Mamá siempre fue de dar mucho, papá, también. Mis hermanos, desconozco? Mejor dicho: mi hermano mayor, sí; vive en la costa, trabaja muchísimo en las iglesias y tiene una fundación.

¿Te llevás bien con ellos?
Con el mayor sí y con mi hermana que viene después de mí, también. Con el menor no me llevo, no tengo relación.

¿Cuándo te largaste a cantar?
Estudio piano desde los cinco años. Paralelamente a mis estudios, hice música. En mi casa siempre había instrumentos. Por la situación en la que vivíamos, no teníamos ropa de marca y las zapatillas nos tenían que durar uno o dos años. Pero siempre había libros, guitarras y violines. Mucha cultura.

La cultura, el arte y lo sensible.
Siempre. Teníamos una habitación con bibliotecas para leer? Empecé a leer siendo muy chico. Al ver la inquietud que yo tenía por la música y que afinaba, mis padres me llevaron con una monja que estaba en un convento a cinco cuadras de casa que enseñaba piano en un sótano. Tengo un defecto, que a veces es virtud, y es que digo siempre que sí. Eso me lleva a comprometerme con todo y me estreso si veo que no puedo cumplir.

¿Te da culpa decir que no?
Sí, total, soy muy culposo. Digo que sí. Me preguntaron si quería ir a estudiar piano y ya sabés mi respuesta (risas). Empecé piano a mis cinco. Después me di cuenta de que a la tarde quería jugar y no podía porque tenía clases de piano, pero si le decía que no a mi papá, se armaba. Era muy rígido. Ahí descubrí mi amor por la música. Estudié tres años con la hermana Micaela. A los ocho pasé al conservatorio y hacía música clásica todos los días. Obviamente, tenía una exigencia patriarcal: yo amaba eso.

Cada vez que decís exigencia patriarcal chocás las manos, te golpeás. Sé que hace poco tiempo comentaste que esa exigencia se transformó en momentos de violencia en tu casa.
Todo el tiempo. Hasta los veinte años que viví en mi casa. En realidad me fui por estas situaciones. Me fui a vivir un tiempo con mi tío materno, Raúl. Después con mi tía materna, Chispita. Siempre me volqué para el lado de mi mamá. En mi casa las situaciones de violencia sucedían todo el tiempo. Todo el tiempo era igual a dos veces por semana.
¡Qué expectativa ansiosa para vos como pibe! Tenías que adivinar en qué momento iba a venir la descarga violenta.
La violencia era mucho hacia mí también.

Pensé que era sólo hacia tu madre.
Hacia ella, por supuesto: física y psicológica. Y también hacia los cuatro hermanos, pero yo siempre fui el más rebelde, el músico, el bohemio, el lector. El que cuestionaba mucho, tal vez por eso mismo.

Es lo que te permitió encontrar las defensas necesarias para no quedar borrado del mapa, en términos de dolor y de sufrimiento. Para poder soportarlo.
Sí, porque me llevó a no tener nunca una reacción de violencia como respuesta. Cosa que a mis hermanos varones sí les pasó. Yo nunca pude y, de hecho, nunca me agarré a las piñas con nadie: no me sale hacerlo.

Es totalmente razonable. Cuando uno vive en un lugar en donde prima la violencia, termina creyendo que eso forma parte de una herramienta que tenés en el bolsillo.
Yo creía que era normal. No hablaba con mis amigos porque creía que a todos les pegaban así. Hasta que me volví más grande y lo conté. «Eso a mí no me pasó nunca», me decían todos. Ahí me di cuenta de que no era normal que mi padre me atara a una silla y me amordazara. Tenía ocho años y era inquieto, hacía las travesuras de cualquier chico y me castigaba por eso. Nunca me drogué, nunca nada. Y además, mi mamá no tenía cómo defendernos.

O no sabía.
Y… Ella siempre estuvo perdidamente enamorada de mi papá, ¡qué loco eso!

Estaba «apegada a quien le pegaba».
Total. Además, mi papá la castigaba delante de nosotros.

Los asustaba, pero también los convertía como en cómplices.
De alguna manera todos formábamos parte de ese círculo vicioso. Mi papá pasaba por al lado, y uno se cubría por si acaso, porque no sabías si te iba a golpear. Se generaba una tensión angustiante.