El caso Triaca es un test de credibilidad para el gobierno

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Mauricio Macri fue sorprendido por el escándalo que provocó una empleada doméstica despedida por su ministro de Trabajo, Jorge Triaca, y por primera vez en su gestión reaccionó de una manera no muy diferente a como lo hacía Cristina Kirchner. Se desentendió del asunto, mandó al jefe de Gabinete a dar la cara con periodistas amigos y se va de viaje. Pero cometería un error si subestimase un problema en el que lo que está en juego no es la supervivencia del ministro sino la imagen y la credibilidad de su gestión.

El incidente tuvo inicialmente una repercusión moderada, porque las circunstancias favorecen al oficialismo. La economía no florece, pero tampoco hay crisis. El ajuste todavía no empezó a hacerse sentir y la oposición está dividida, desprestigiada y sin tribuna. Esto no pueden ocultar, sin embargo, que el traspié fue grave porque le quitó autoridad de cara a la agenda de lucha contra la corrupción y reducción del elefantiásico gasto público.

El exabrupto que disparó el escándalo habló mal de Triaca, pero el hecho de que la empleada fuera colocada en un sindicato habla mal de las prácticas de por lo menos un sector de la presente administración. El ministro de Trabajo tiene a sus familiares más cercanos a cargo del Tesoro. Sus dos hermanas y su cuñado con sueldo de director y su mujer de subsecretaria de Estado. Un pésimo antecedente cuando se pretende recortar el gasto «político».

En su descargo, Marcos Peña dijo que el ministro había cometido un «error». Suponiendo que se trató un «error», no fue, sin embargo, el que peor habla de la eficiencia del gobierno. No se sabe, por ejemplo, dónde estaban los encargados del aparato de inteligencia que ignoraban la vulnerabilidad del ministro y se vieron sorprendidos por el escándalo. A la conducta reprochable y al nepotismo del ministro añadieron su propia ineptitud.

Otro dato relevante es la razón por la cual el presidente resolvió pagar el costo de defender a Triaca. Fuentes del gobierno aseguran que es el mejor interlocutor disponible con los grandes sindicatos «neutrales» y que en plena guerra con los caciques gremiales más belicosos era una pésima señal desprenderse de él. La idea detrás de ese razonamiento es algo así como «you need one to know one», pero omite que las actuales autoridades declararon como objetivo prioritario regenerar las prácticas políticas y combatir la corrupción.

De todas maneras no sólo quedó herida la credibilidad de Macri; también la presunta eficiencia de Triaca es opinable, porque fracasó en su intento de sacar del Congreso una reforma laboral de bajas calorías. Lo desairaron sus aliados cegetistas con los que presuntamente tiene diálogo fluido. Dos a cero abajo.

Por suerte para el presidente siguen apareciendo cajas con millones de dólares de sindicalistas corruptos y sus cuestionadores son de la talla de Moyano y Barrionuevo. En otras palabras, objetores que pasarían apuros ante una simple auditoría.

Bajo estas circunstancia Macri pudo abrir sin riesgo excesivo otro frente con los docentes de CTERA y el kirchnerismo más rancio. Los K optaron por una oposición violenta que llevó al límite las reglas del sistema y el gobierno se los hizo pagar con un decreto que reduce la participación de CTERA en la representación sindical docente. Provoca la pulseada porque cree que terminará por fortalecerlo. Hasta ahora la polarización lo favoreció.

Durante la pasada semana la Casa Rosada recibió una buena noticia de Chile. La visita del Papa, con el que la pulseada también es interminable, estuvo lejos de constituir un éxito. Pocos peregrinos y muchas críticas recibieron a Francisco en un país que la prudencia aconsejaba no visitar después de haber pedido recientemente una apertura al mar para Bolivia.

Pero el Pontífice ignoró el hecho convencido, sin duda, de que su figura y su misión pastoral prevalecerían en los medios. Claramente se equivocó. La información sobre su viaje fue monopolizada por cuestiones políticas como la mala relación con el gobierno de Macri o la falta de condena a la violencia mapuche. La experiencia chilena parece prefigurar lo que pasaría en una visita a la Argentina. Tal vez deba esperar que el gobierno de Cambiemos se desgaste un poco más para dejar de gambetear el aeropuerto de Ezeiza.