Fabrica escobas desde hace 55 años y sueña con un mejor futuro para sus nietos

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Hace 55 años que Ramón Rodríguez fabrica escobas de palma. Pese a ser considerado prácticamente un oficio en extinción, el hombre sabe que sus productos aún son requeridos por un sector que no encuentra en las débiles escobas plásticas el resultado que necesita. Al oficio no lo comenzó por pasión, sino por necesidad. Por eso hoy anhela otro porvenir para sus dos nietos.

Galpones, plantas de silos, granjas y hasta exigentes amas de casa que prefieren barrer sus veredas con rústicas escobas, figuran entre los fieles clientes de Ramón.

Es muchísimo el tiempo que tiene su pequeña fábrica en un galponcito ubicado en el fondo de su casa, en la localidad de Viale. Casi un récord. Para ser más claros: Ni cerca estaba el ser humano de pisar la luna por primera vez, y Ramón Rodríguez ya fabricaba escobas.

No se inició en el rubro por pasión, sino por necesidad. «En aquel tiempo, además de escobas, fabricábamos baldes de lata. «Moldeábamos, armábamos y soldábamos los baldes. Luego salíamos a vender por la calle. Escobas y baldes», cuenta hoy Ramón, sentado junto a María Felisa, su esposa.

El hombre sabe eso de necesidad. Trabajó desde muy pequeño y hoy, a punto de cumplir 78 años, sigue activo. «Estoy jubilado, pero como lo que cobramos no nos alcanza, necesitamos seguir trabajando», me explica.

Hace un tiempo logró terminar otra piecita de la casa. «Para comprar los materiales, debimos endeudarnos y todavía estamos pagando las cuotas. Tenemos aún un largo trecho para terminar el crédito», agrega su esposa.
«Es chiquita, pero es nuestra», me dice Ramón, orgulloso de su casa. Allí vive junto a María Felisa y un hijo discapacitado.

El fondo de la casa es lindero al arroyo. Y la familia sabe lo que significa convivir eternamente con un cauce de agua justo en el límite del patio. Lo han vivido en carne propia. «Dos veces se nos inundó la casa. En la última, el agua superó el metro de altura dentro de esta cocina«, cuenta Ramón mientras señala con su dedo índice una marca indeleble en la pared. «Y esas dos veces perdimos casi todo», agrega la mujer. Pese a su fortaleza, de su voz se desprende un tono de resignación.

Hasta hace un tiempo, el hombre viajaba en moto con carrito al monte, a buscar materia prima para su producción. «Yo cuido el lugar al que voy; por eso los dueños de los campos siempre me permiten entrar a los montes a cortar palma», cuenta orgulloso.