Con 74 años, vende mandiocas para mantener a hijo adoptivo y alimentar a chicos

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La perseverancia es un esfuerzo continuo, supone alcanzar lo que se propone y buscar soluciones a las dificultades que puedan surgir, un valor fundamental en la vida para obtener un resultado concreto.

Con perseverancia se obtiene la fortaleza y esto nos permite no dejarnos llevar por lo fácil y lo cómodo. El diario La Mañana de Formosa relata las vivencias de una mujer que atravesó todo tipo de situaciones dolorosas y algunas de ellas decepcionantes, sin embargo, nunca perdió la empatía hacia el prójimo ni dejó de ayudar a los más necesitados, pese a que su condición de por sí es muy humilde.

Miguela Bernal tiene 74 años. Nació el 7 de enero de 1945 en La Picadita, una localidad formoseña que está ubicada entre Loma Senés, Villafañe y Pirané. «Queda en el medio del monte», graficó la mujer.

Su madre se llamaba Guillermina Ramírez y su padre, Carlos Bernal. Fue el primer poblador y quien le otorgó el nombre «La Picadita» a la localidad, que en la actualidad fue rebautizada como Benjamín Victorica.

Fue instantáneo, ni bien mencionó esa situación se le inundaron los ojos de lágrimas a Doña Miguela. Le duele pensar que ya sea por cuestiones políticas o religiosas cambiaron el nombre que su padre le dio esa tierra virgen. «Le pusieron el de un sacerdote que ni sabemos si es de ahí ni qué hizo, hace mucho que no puedo ir porque queda a 20 kilómetros desde la ruta y hay que ingresar caminando pero me da tristeza que se olviden de papá», contó.

Tiene un hermano, Sebastián, quien cosecha las mandiocas que luego ella vende. Está separada, tuvo seis hijos de los cuales cinco están con vida. Tiene más de 30 nietos, asegura.

Durante su juventud trabajó 36 años en la administración pública y la enorgullece decir que toda la vida ayudó a quienes la necesitaron. «Siempre estoy dispuesta a brindarme a quienes lo necesitan, siento satisfacción al hacer algo por otros. Muchas veces no es fácil y hay que juntar bastante dinero, por eso salgo a vender y con la edad que tengo puedo decir que Dios me bendice con una salud rebosante«, expresó.

«No sabe de lo que se perdió»

Cuando tenía 54 años de edad llegó a su casa una mujer que cargaba un pequeño bebé en brazos. El niño tenía su rostro cubierto por una manta. La mujer le pidió a Doña Miguela que lo cuide un momento, que iba a buscar un médico porque había salido «defectuoso». Cuando la madre se fue, Miguela descubrió el rostro del niño y vio que el defecto que mencionaba se refería a que tenía labios leporinos. Pasaron los minutos, las horas, los días, los meses y así transcurrieron 20 años desde esa fecha en que le pidieron que cuidara al niño. «Esa mujer no sabe el hijo que se perdió, es una maravilla de persona, es mi compañero inseparable y lo mejor que me pasó en la vida», resaltó.

Hoy es un joven voluntarioso y trabajador, que vende mandiocas junto a su madre y hace todo el esfuerzo para acarrear las pesadas bolsas y alivianar la carga de Doña Miguela. Se llama Juan Carlos Molina y tiene 20 años. Dijo con dificultad en el habla pero con toda la firmeza posible: «Mi mamá es lo mejor que tengo».

Además tiene dos nietos viviendo con ella. «Los padres no pudieron tenerlos y se fijaron en mí. Yo no puedo dejar que salgan por la calle, entonces tengo que aguantarme hasta que ellos recapaciten y se den cuenta si hacen bien o mal. Si no alcanzo a vivir para que ellos me agradezcan aunque sea en mi sepultura lo van a hacer», dijo.