El tabú más grande

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Es curioso cómo evitamos hablar de morirnos, cuando todos sabemos que algún día nos llegará el momento. Es muy fuerte observar cómo la mayoría de las disciplinas médicas se enfrentan a la muerte como si fuera una guerra que uno pudiera ganar. Por supuesto que honro y agradezco el servicio de todas las personas que trabajan a favor de la vida, lo que me sorprende es verlos sufrir en las trincheras de la soberbia, ante la llegada de lo irreparable. Lo que me sorprende es la creencia de que trabajar a favor de la vida, es luchar contra la muerte.
Necesitamos hablar de la muerte, no sólo porque es importante, sino porque es inevitable. Debemos aceptar que ella es una parte fundamental de la vida, si no nunca viviremos realmente, solo huiremos de lo que no podemos controlar. Cada nuevo amanecer, cada conflicto, cada caricia de un ser querido, cada discrepancia, cada situación toma su verdadero tamaño, cuando somos conscientes de que algún día vamos a morir. Yo lo llamo: no perder de vista el final del camino.
La vida está moldeada por la muerte. La profundidad del viaje personal está marcada por la visita de la Reina de las Transformaciones. Estamos marcados por los seres queridos que nos arrebató y la forma en que lo vivimos. Estamos labrados por los momentos en los que nos salvamos por un pelo, por los instantes en que nos dieron una nueva oportunidad.
Hablar de la muerte no la contagia, hablar de la muerte disuelve la soledad con la que vivimos el final del camino. Por no hablar del final del camino, vivimos en soledad la vida entera.

La importancia de expresar el amor a tiempo
Llevo años acompañando a personas a dejar el cuerpo, acompañando a sus familiares antes y después de la partida de un ser amado. En el tiempo que llevo apoyando al encuentro entre seres queridos en los momentos finales he visto muchos instantes sagrados. Fui testigo de la disolución de la soledad ante la transformación más grande de toda la vida y estoy convencido de que nada hace madurar tanto al ser humano como la presencia sagrada de la muerte y, por muy contradictorio que parezca, su presencia nos devuelve la verdadera dimensión de la vida.
Lo más difícil de vivir la muerte como un tema tabú es la soledad a la que arrojamos a los moribundos. Un hijo puede perder a su padre, una madre a una hija, un hombre a un amigo, una nieta a un abuelo, pero la persona que se está muriendo lo va a perder todo. Va a perder a todos sus afectos. Va a perder a todo lo que conoce, porque todo lo conocido va a dejar de ser como es. Y lo más duro no es todo eso, lo más duro es morir en soledad.
Cuando estamos ante una persona a punto de partir y no hablamos de la posibilidad de su partida, o no le expresamos nuestro amor, cuando no lloramos juntos lo que nos vamos a extrañar, porque creemos que nos vamos a desmoronar, nos obligamos y sobretodo arrojamos al moribundo a pasar el mayor desafío de la vida: solo.
Expresarle a la persona que se está muriendo todo el amor que sentís por ella, decirle que la vas a extrañar, decirle que vas a echar de menos todos los momentos de encuentro que tuvieron, da mucha fuerza al corazón del moribundo, da mucho sentido a la vida y eso es una muy buena preparación para el gran salto final. La vida y la muerte no están separadas. La vida y la muerte son un solo movimiento. La vida no existe sin la muerte; la muerte no existe sin la vida. Si en el momento de partir, sentís la belleza que fue tu vida, vas a aceptar lo desconocido con un profundo sentimiento de paz y humildad ante lo irreversible. Si eso sucediera sostenido en los brazos de tus seres queridos, mejor aún.
Por supuesto que hay muchas maneras de morir. En esta oportunidad solo me estoy refiriendo al proceso que pueden hacer las familias que están atravesando el final de una vida que se va apagando de a poquito, ya sea por la edad, ya sea por una enfermedad terminal, etc. Morir nos vamos a morir todos. Saber que nos estamos muriendo a corto plazo, es una gran oportunidad de despedirte de tus seres queridos y recibir todo su amor y redención. Una oportunidad que muchas personas no tuvieron, una oportunidad que muchos hubieran deseado con toda el alma.