Seis años de Ni una menos, el hito que comenzó la liberación de la palabra de las mujeres

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Me abusaron. Me encerraron. Me mataron a mi mamá. Me acosaron. Me pegaron. Me lastimaron. Me dijeron cosas. Me incomodaron. Me violaron. Me dejaron temblando. Me callaron. Me asustaron. Tantas veces había escuchado las mismas historias. Tantas veces en una soledad incomoda que nadie parecía escuchar. O que rebotaba entre paredes sin oídos. Y marchas sin cámaras. Hasta que no fue una, sino que fuimos muchas las que dijimos juntas “Ni Una Menos”.

El 3 de junio del 2015 no se dijeron cosas que no sabíamos. Pero se dijo de formas que muchas más supieron que no les pasaba a ellas solas, que no tenían que aceptar lo que no querían y que si lo decían más fuerte, la palabra podía ayudarlas a vivir mejor que cuando solo quedaba la opción de tragar el dolor y las lagrimas.

La diferencia sustancial entre saber y decir es la palabra, no individual, no solitaria, no aislada, ni perdida, sino la palabra multiplicada por muchas mujeres que toman el poder de la palabra. Siempre se supo pero recién, cuando fuimos muchas, cuando estuvimos juntas, cuando el eco era tan grande que no se podía callar, se pudo decir tan fuerte que se convirtió en un viento que ya no tuvo freno.

En el contexto de pandemia el colectivo Ni Una Menos convoca a hacer carteles y pegarlo en puertas y ventanas.

En el contexto de pandemia el colectivo Ni Una Menos convoca a hacer carteles y pegarlo en puertas y ventanas.

El huracán Ni Una Menos viajó por todo el continente y tomo cuerpo en un lema que no solo repudia la muerte, sino que proclama la vida (Ni Una Menos, Vivas Nos Queremos) y despertó a otras que estaban calladas, no se animaban o se sentían aisladas, locas o únicas, en el dolor escondido de lo que les pasaba, pero “de eso no se hablaba” porque lo importante nunca era que pasaba una mujer, sino que pasaba en el mundo, como si el mundo no fuera de las mujeres, trans, travestis, no binaries y lesbianas.

Las palabras no se llegaron a decir por arte de magia, sino por la transformación que implicó el periodismo de género en Argentina, los Encuentros Nacionales de Mujeres rotativos por todo el país, la educación sexual integral que ya había entrado en las escuelas, la labor de las pioneras feministas, el cupo que habilitó las nuevas leyes en el Congreso y la plataforma que dieron las redes sociales y el hartazgo.

Después de tantos años de contar historias sobre violencia de género, de mostrar el dolor y de impulsar a las víctimas a no quedarse arrodilladas porque se podía salir adelante, de hablar hasta quedarse sin saliva y de escuchar hasta vomitar frente a la ausencia intolerable quienes gritaban por la niña perdida en las vías de donde nadie había querido escuchar sus aullidos, después de tanto, éramos, ese 3 de junio del 2015, tantas. Y de tanto a tantas hubo un salto igual a cuando se pasa de la anestesia a la acción.