Sembrar es cuidar

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Mayo es ese mes que marca la transición del invierno al verano; pero es también el mes que permite la reinvención. Mes que sirve para pensar y sembrar; dos ejercicios que no están desligados, aunque así lo quieran las estructuras de poder de la educación formal.
La meteorología campesina tiene bien marcado el momento de siembra del maíz y el frijol en Centroamérica. Y nuestros pueblos han mirado y pensado el mundo siempre desde la milpa. Es esta la época del año llamada “la primera”, donde el agua se asoma desde las nubes y ya la gente está preparando la tierra. Así es como el año se divide en dos ciclos cortos de producción: “la primera” (mayo) y “la postrera” (agosto).
Pues acá en la revista La Agroecóloga también sembramos en mayo el primer número. Pensando que la agricultura es parte de todo un sistema de grandes vasos comunicantes, que nos conectan con conocimientos y saberes tan ancestrales como presentes; pero que todos juntos nos sirven para entender el mundo y quienes lo habitan.
Resulta entonces que la pala y el azadón son una conexión directa de un pasado que vuelve a ser futuro. Al igual que las comunidades indígenas latinoamericanas se resguardaron en el monte para sobrevivir, la agricultura campesina se resiste a dejar de ser y seguirá sembrándose aunque sea en la clandestinidad.