El secreto de una mejor salud está en los nutrientes

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Si controla lo que come, hace ejercicio físico y aun no ve ninguna mejoría en sus niveles de colesterol, presión arterial o glucosa en sangre, ahora hay una esperanza: un nuevo estudio sugiere que la inflamación crónica producida por la deficiencia de vitaminas y minerales podría ser la causa.

En el informe, publicado en la edición de este mes de la revista de la Federación de Sociedad Americanas para la Biología Experimental (Faseb, por sus siglas en inglés), los investigadores muestran que -en ciertas personas- se alcanzan mejoras en los resultados de muchos marcadores de salud cuando se corrigen las deficiencias nutricionales. Algunos incluso bajaron de peso sin hacer ningún cambio en su dieta ni en los niveles de actividad física.

«Es sabido que el consumo habitual de dietas pobres en nutrientes significa un mayor riesgo de enfermedades futuras, pero claramente esta no es una razón lo suficientemente convincente como para que muchos mejoren sus hábitos alimenticios», afirmó el doctor Bruce Ames, científico del Instituto de Investigación del Hospital de Niños de Oakland, en Estados Unidos, que llevó adelante el trabajo.

«Sin embargo, una intervención relativamente fácil, con una barra nutritiva como la utilizada en este estudio, ayudaría a las personas a darse cuenta del impacto positivo que puede tener sobre sus vidas una adecuada nutrición, lo cual también sería un mayor incentivo para cambiar la dieta», añadió este experto, profesor emérito de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad de California.

DOS BARRITAS POR DIA

Para llevar adelante la investigación, Ames y sus colegas hicieron tres estudios clínicos en los cuales participantes adultos comieron dos barras nutritivas por día, durante dos meses.

En ese período se registraron los valores de un amplio rango de marcadores bioquímicos (colesterol HDL y LDL, insulina, etc.) y físicos (presión arterial, peso) en cada participante.

Las personas que presentaban sobrepeso u obesidad avanzaron hacia un perfil metabólico más saludable, con mejores niveles de colesterol HDL, LDL, insulina y glucosa, y algunas bajaron de peso, con sólo comer pequeñas barras nutritivas -bajas en calorías- cada día durante dos meses, sin ningún requisito adicional.

«Este informe demuestra que lo que se come es tan importante, sino más, que cuánto se come y cuántas calorías se queman en el gimnasio», concluyó Gerald Weissman, jefe editor de la revista de la Faseb.

CARBOHIDRATOS Y DEPRESION

Las elecciones que se hacen a la hora de comer no sólo influyen sobre el peso, los niveles de colesterol o la presión arterial, sino que también impactan sobre el estado de ánimo.

Así lo reveló un estudio publicado en «The American Journal of Clinical Nutrition», que demuestra que una dieta alta en carbohidratos refinados puede conducir a un mayor riesgo de depresión en mujeres postmenopáusicas.

En la investigación, liderada por el doctor James Gangwisch del departamento de Psiquiatría del Centro Médico de la Universidad de Columbia, se observaron los índices glucémicos dietarios, la carga glucémica, los tipos de carbohidratos consumidos y la depresión en más de 70.000 mujeres postmenopáusicas.

El consumo de carbohidratos aumenta los niveles de glucosa en sangre en grados variables, según el tipo de alimento ingerido. Cuanto más refinado es un carbohidrato, mayor es su puntaje en la escala de índice glucémico (IG). La escala de IG, que va del 0 al 100, mide la cantidad de glucosa (azúcar) en sangre luego de comer.

Los alimentos refinados, tales como el pan blanco, el arroz blanco y las gaseosas gatillan una respuesta hormonal en el organismo, que reduce los niveles de azúcar el sangre. Esta respuesta también puede causar o exacerbar cambios en el estado de ánimo, fatiga y otros síntomas de depresión.

ALIADOS Y ENEMIGOS

Los investigadores hallaron que los puntajes de IG progresivamente mayores y el consumo de azúcares agregados y granos refinados estuvieron asociados con un aumento del riesgo de depresión en mujeres postmenopáusicas.

En tanto, un mayor consumo de fibra dietaria, granos integrales, vegetales y frutas no jugosas estuvo asociado con un descenso del riesgo. «Esto sugiere que ciertas intervenciones dietarias pueden servir como tratamiento y medidas de prevención de la depresión», indicaron los científicos.

DESDE CHICOS

Hacer las elecciones correctas para una alimentación saludable depende de la educación que comienza en la infancia, por lo cual hay ciertas actitudes que conviene corregir cuanto antes.

Aunque muchas familias creen que la conducta de los niños que seleccionan y discriminan alimentos es sólo una fase pasajera, un nuevo estudio de Duke Medicine comprobó que esta costumbre a menudo coincide con serios problemas en la infancia, tales como depresión y ansiedad.

Según la investigación, publicada en la revista «Pediatrics», más del 20 por ciento de los niños de entre dos y seis años son «comensales selectivos». De ellos, cerca del 18 por ciento fue clasificado como moderadamente selectivo. El resto de los niños, alrededor del tres por ciento, fue clasificado como severamente selectivo (tan restrictivos en su ingesta de comida que limitó su capacidad de comer con otros).

«Muchos padres y médicos se preguntan cuándo la alimentación selectiva es un problema», afirmó la doctora Nancy Zucker, directora del Centro para los Trastornos Alimenticios de Duke, quien subrayó que «los niños de los que estamos hablando no son sólo chicos que se portan mal y se rehusan a comer brócoli».

Los niños con una conducta alimenticia selectiva moderada o severa mostraron síntomas significativamente elevados de depresión, ansiedad social y ansiedad generalizada. El estudio también halló que los niños con estos comportamientos fueron casi el doble de propensos a padecer síntomas aumentados de ansiedad generalizada durante los intervalos de seguimiento a lo largo del estudio.

«Estos son niños cuya alimentación se ha convertido en tan limitada o selectiva que empieza a causarles problemas», describió Zucker.

«La discapacidad que produce puede adoptar diferentes formas: puede afectar la salud del niño, su crecimiento, su funcionamiento social y la relación padre-hijo. El niño puede sentir que nadie le cree y los padres pueden sentirse culpables por el problema», añadió.

Si bien los niños con una conducta alimenticia selectiva moderada no mostraron un aumento de la propensión a tener diagnósticos psiquiátricos, los niños con una conducta alimenticia severa tuvieron casi dos veces más chances de ser diagnosticados con depresión.

De acuerdo con los investigadores, los niños con patrones alimenticios selectivos moderados o severos cumplen con los criterios de un trastorno alimenticio llamado «Trastorno de Ingesta Evasiva/Restrictiva de alimentos», un nuevo diagnóstico incluido en la última edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales».

Los hallazgos también sugieren que los padres están a menudo en conflicto con los niños debido a la comida -lo cual no necesariamente resulta en que el niño coma- y que familias y doctores necesitan nuevas herramientas para encarar el problema, señaló Zucker.

«No hay dudas de que no todos los niños luego tienen una alimentación selectiva crónica en la adultez. Pero debido a que estos chicos están teniendo problemas en su salud y su bienestar ahora, necesitamos empezar a desarrollar formas de ayudar a estos padres y médicos para que sepan cuándo y cómo intervenir», prosiguió la investigadora.

SENTIDOS REALZADOS

Según Zucker, algunos de los niños que se rehusan a comer pueden tener los sentidos realzados, lo cual puede hacer que los olores, texturas y gustos de algunos alimentos les resulten abrumadores, y les causen aversión y disgusto.

«Algunos chicos pueden haber tenido malas experiencias con ciertos alimentos y haber desarrollado ansiedad ante la situación de probar un nuevo alimento o ser forzados a comer de nuevo el alimento que no les gusta», argumentó.

Por otra parte, la especialista sostuvo que algunos niños pueden beneficiarse mediante una terapia, que incluya una desmitificación de los alimentos que les causa la ansiedad mediante la exposición a ellos.

«Pero los métodos tradicionales no contemplan a los niños con sensibilidades sensoriales, para los que algunos olores o sabores son demasiado intensos. Los tratamientos también deben adecuarse mejor al rango de edad del paciente», concluyó.