El piloto que se jugó la vida para salvar otra

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“Terminó la operación, corazón latiendo”. Claudio Pistone (56) recibió ese mensaje el 6 de mayo de 2014 pasado el mediodía. Lo leyó y sintió un escalofrío. Recién después, lo invadió la emoción y se quebró. Era la confirmación de un final feliz que no esperaba, de un esfuerzo de película que había dado sus frutos. A partir de ese momento, su vida y la del hombre al que ayudó a salvar, quedaron unidas para siempre. Cuatro años después, Claudio, que es piloto del Incucai, charla con Clarín sobre ese traslado que lo marcó.

Con el aeropuerto cerrado por la niebla y con mínimas chances de ver la pista, Claudio logró aterrizar en Córdoba y llevar a destino un corazón. “Sabía que las posibilidades eran pocas pero también que había una persona con el pecho abierto en un quirófano aguardando un trasplante”, cuenta Claudio. Osvaldo Amado (55), que esperaba esa última oportunidad sobre la mesa de operaciones, se conmueve cuando recuerda el gesto del piloto. Hoy siguen en contacto y, según comparten ambos, se deben un asado.

Claudio estaba por acostarse cuando sonó su teléfono alrededor de las 22.30 de aquel 5 de mayo. Dejó su casa en Don Torcuato, se encontró con Martín Herrera, el copiloto, en el aeropuerto de San Fernando y salieron rumbo a Córdoba. “Tuvimos que buscar primero a los médicos, llevarlos a realizar la ablación a Mendoza y luego regresar a Córdoba para la intervención de Osvaldo”, detalla Claudio, que advirtió que buscaban un corazón recién cuando se encontró con los especialistas. “Saber qué órgano estamos trasladando es importante por un tema técnico, de eso depende el orden del despegue: el corazón es lo primero que se extrae”, explica el piloto, que trabaja haciendo vuelos para el Incucai desde 1996.

Dice que nunca antes había tenido una misión como la de ese día y que, en adelante, tampoco le ocurrió nada similar. “Darse cuenta de que la decisión de uno puede implicar que otra persona viva o muera es muy fuerte”, reconoce Claudio.

Todo iba bien hasta las 4.30 cuando, en Mendoza, se enteraron de que habían cerrado el aeropuerto de Córdoba por la niebla. A esa misma hora, Osvaldo ya estaba listo en Córdoba para la operación. “Intentamos actuar en forma profesional y seguir los protocolos. Pedimos que nos enviaran de Córdoba los partes meteorológicos para ver si, en algún momento, había más probabilidades de alcanzar los 800 metros de visibilidad que se necesitan para aterrizar. Además, le solicitamos a los médicos que pusieran una hora límite para llegar. Fijaron como última posibilidad las 8.30”, sigue Claudio, que nunca perdió de vista que había una vida en juego.

Las chances de descender en Córdoba eran casi nulas: 99% contra 1%. “Se lo transmitimos a los especialistas y todos coincidieron en intentarlo siempre que no se pusiera en riesgo la seguridad del vuelo. Y así fue”, dice Claudio.

Salieron sin expectativas, pensando en volver a Mendoza aunque durante todo el trayecto ensayaron el aterrizaje. “En un segundo, podés pasar de héroe a salame. Salir sabiendo que el aeropuerto de destino está cerrado es complicado. Te la jugás. Estaba claro que si volvíamos a Mendoza iba a tener que dar dos millones de explicaciones pero con Martín decidimos afrontar las consecuencias por una cuestión humanitaria”, agrega el piloto que dice que, para tomar esa determinación, no se puso en el lugar de Osvaldo pero sí en el de su familia.